miércoles, 9 de diciembre de 2009

En casa de Fichano. Capítulo I


EN CASA DE FICHANO. I

Grulleros creo que se llamaba el pueblo. Entonces, cuando yo lo vi por primera y última vez, era un lugar inmundo, árido, despoblado, sencillamente infame. Lo recuerdo vagamente. Sin embargo las sensaciones y los acontecimientos, los recuerdo con absoluta nitidez.
Solo fueron unos días en verano. Fichano, alumno que atendía mi hermana en clases particulares debió ser el artífice de la jugada. En casa, a Fichano se le trataba como a uno más. Cuando él no estaba, mi familia se refería a él cariñosamente como “acémila”.
Mi hermana se desesperaba con acémila. Podéis imaginaros al inicio de los 60, un chaval de pueblo de familia campesina humilde, sin cultura alguna, desmotivado, “deslocalizado”, en el intento familiar de llevarlo a la universidad.
El tiempo le regresó a su lugar de origen allí vivió el resto de sus días.
Quizás en pago a las clases particulares, quizás por un intercambio de culturas, quizás por casualidad, acabé una quincena del mes de julio del año 1962 en casa de la familia de Fichano. Recuerdo las paredes de adobe, el portón de madera para acceso de carruajes. La inmensa llave negra de más de medio kilo de peso.
Sorprendido por lo que mis ojos estaban viendo por primera vez, Fichano abrió el chirriante portón de madera y ante nosotros apareció, un enorme patio desvencijado lleno de trastos, herramientas y aperos de labranza, todos desconocidos por mí. Enseguida un pestilente olor invadió mi pituitaria provocándome una tremenda nausea. Desde el interior de la vivienda, una voz desgarradora ordenaba a Fichano cerrar el portón para que no se escapasen los animales.
Al cabo de unas horas mi olfato estaba plenamente acostumbrado al pestilente olor, quizás por la alegría que me proporcionó la presencia de aquéllos curiosos y cariñosos bichos que solamente había visto en los dibujos de los libros de texto.
Recorrí el viejo caserón en busca del baño después de comer aquel potaje de garbanzos, que en nada se parecía al cocido que mi madre nos preparaba. Al pajar, dijo Don Rogelio, padre de Fichano, con voz cazallera. En esta casa, las necesidades se hacen en el pajar, dijo tras una carcajada impresionante.
Atónito y sin dar crédito a lo que estaba oyendo, sentí la necesidad de salir corriendo de aquel horroroso lugar. Hortensia, me cogió cariñosamente de la mano y me llevo al pajar indicándome con precisión el sitio donde debería plantar el pino.
Hortensia, la madre de Fichano, era una mujer enjuta, enlutada, con mirada penetrante y de muy pocas palabras, sin embargo, era la única persona de aquél entorno que irradiaba cariño y confianza.
Entré en el pajar. Pollos y gallinas campando a sus anchas en primera instancia, en la parte de atrás 6 cerdos en un corralillo aparte. Una yegua y dos vacas en otras estancias laterales. En la zona indicada por Hortensia y con un apretón irresistible, me bajo el pantalón corto amarillo que mi tía Joaquina me había traído de Venezuela, me bajo el calzoncillo, me agacho, y a medida que mi intestino iba excretando la garbanzada cocinada por Hortensia, los pollos y gallinas que merodeaban por allí, se iban alimentando de la mierda que yo excretaba.
En una de estas, un gallo tiró un lance y en lugar de pillar algún hollejo de garbanzo, me metió un picotazo en la pilila, que aún hoy lo conservo a modo de cicatriz.
En el intento de quitarme el puto gallo de encima, caí sentado encima del humeante pino recién plantado. Lloré, me desesperé, intenté limpiarme con unas pajas secas que servían de cama al pajar. Las pajas se me quedaron adheridas a la piel mezcladas con la mierda. Horrible.
Llamé a Hortensia y con el griterío que preparé, ante mí aparecieron Hortensia, Rogelio y Fichano. Al verme de aquella guisa comenzaron a reírse a carcajadas como si estuviesen poseídos por satán sin percatarse de que para mí, aquella situación era lo peor que me podía suceder.
Desnudo, lleno de mierda y pajas pegadas al culo, impotente y avergonzado por la situación y ante el escarnio y la humillación que estaba siendo objeto, comencé a lanzarles puñados de mierda como si de nieve blanca se tratase. Las risas cesaron de pronto. Tendríais que ver como les dejé de mierda.
Hortensia me llevó a un pilón que servía de abrevadero a las vacas y me lavó cuidadosamente. Nunca se hablo en los días siguientes de los hechos sucedidos,sin embargo sus miradas eran más elocuentes que las palabras.

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