domingo, 20 de diciembre de 2009

La inesperada tecnología


LA INESPERADA TECNOLOGÍA.


Un resquemor horroroso en la uretra acompañado de un dolor lumbar intenso, tipo cólico, e irradiado a región inguinal, fiebre con escalofríos, disuria, polaquiuria y urgencia miccional, eran mis únicas preocupaciones a lo largo del día y también en la oscura e insomne noche.
Lo cierto es que terminé en el servicio de urgencias de una clínica privada de poca monta dirigida por curas, con un gran servicio de enfermería regentado por monjas. Mientras esperaba pacientemente a ser recibido por el galeno de guardia, tuve ocasión de orinar cuatro o cinco veces a la vez que me retorcía de resquemores uretrales cada vez que lo hacía.
Con mi tendencia a la hipocondría quizás magnifiqué mis dolencias e incluso las empeoré.
La retórica básica de los médicos siempre me ha sorprendido. Dígame, que le ocurre, me espetó con aquélla voz aguda, afeminada. Lo ignoro, me apresuré a responder. A eso vengo, a saber qué es lo que me ocurre. Pues si no me dice lo que le pasa, cómo podré saber por dónde empezar… A punto estuvimos de entrar en una espiral de idioteces sin fin que podría haber tenido consecuencias nefastas para mis intereses. Meo muchas veces y me escuece la uretra muchísimo cuando lo hago, le dije mientras le miraba, perdonándole la vida.
Tras buscar un frasco estéril, se calzó un guante de latex en su mano derecha y con una leve sonrisa en sus labios me dijo, sujetando el frasco con su mano “de latex”: trate de orinar dentro del frasco. Ni de coña doctor, como podría mear mientras Vd. sujeta el frasco? Necesito ver el chorro, la intensidad, la cantidad, etc. Añadió con displicencia.
Después de varias negativas a mear en un frasco sujetado por una mano “de latex” de un médico gay, y de otras tantas insistencias por parte del médico. A punto estuvo de convencerme. De pronto un sudor frio recorrió mi cuerpo. Aquélla sonrisa afeminada resolvió el conflicto. Daca el bote galeno que no me mola ser observado mientras meo, añadí con voz seca y amenazante.
Para descartar cualquier problema de mayor envergadura, le recomiendo que visite al urólogo, me dijo mientras pegaba una etiqueta en el bote con mis orines. Hasta que tenga el resultado del cultivo, puede tomarse este antibiótico y no se olvide de visitar al urólogo.
Nos despedimos. Me dirigía a la farmacia de guardia en busca del Ciprofloxacino. No dejaba de pensar en la visita al urólogo. Habrá visto algo extraño para recomendarme la visita al urólogo? Porque habrá insistido tanto en el asunto? Agg, que pesadilla, joder.
Una semana más tarde, y demostrada la infección urinaria por la bacteria Escherichia coli (E. coli), me planté en la consulta del urólogo. Confieso preocupación e intriga. Preocupación por el devenir de los acontecimientos e intriga porque nunca había visitado a un médico de semejante especialidad.
El urólogo era un hombre fornido, altísimo, de un metro noventa y unos 58 años. Un tipo cercano, agradable con un rictus serio. ¿Qué le trae por mi consulta? Le referí lo acontecido haciéndole entrega del sobre con los análisis de orina. Tras un “bájese los pantalones, y apóyese en esta mesa”, sin dilación alguna, casi repentinamente, después de unas amables palabras, me metió el dedo corazón de la mano derecha, forrada de un guante de goma, en el culo, hasta el fondo.
En mis sueños, las penetraciones anales siempre las había percibido de otro modo, más lubricadas, más suavemente, más lentamente, horadando milímetro a milímetro mis esfínteres anales.
Nunca hubiera imaginado una cosa así. Tan rápido, tan brutal, sin avisar, sin permiso. Joder, que me metió el dedo en el culo. A mí, nada menos que a mí y menudo dedo tenía el cabrón. No me dolió. No disfruté. Ni tan siquiera pude tener el recuerdo de aquélla sensación.
Está todo normal, dijo con una voz amable, pero es conveniente hacer una revisión cada año. Me desmoralizó. Durante varias semanas me sentí fatal, no daba crédito a lo que me había ocurrido. Y lo peor, una revisión anual.
Tras varias visitas anuales, me había acostumbrado a que aquél largo dedo recorriese mis esfínteres llegando a la zona anteroposterior de mi glándula prostática. Tenía un cierto morbillo indescriptible y un regustillo preocupante. Justo ese año el urólogo se compró un aparato que terminó con las prácticas sodomizantes. ¡ Maldito ecógrafo ¡ Ya lo dice el pensamiento popular “lo bueno dura poco”.
Quizás una vez más, la tecnología reveló una tendencia que no estaba prevista en el uso de la propia especialidad. Quizás somos animales de costumbres poco fiables y nuestros comportamientos, en ocasiones, nada tienen que ver con aquello que creemos ser.

No hay comentarios:

Publicar un comentario