miércoles, 9 de diciembre de 2009

El guante


EL GUANTE

La Luna, un colmado donde se podía comprar todo lo que uno pudiera imaginar y sobretodo cualquier artículo de contrabando que venía directo del puerto. Solíamos comprar en la Luna tabaco rubio a muy bajo precio de las marcas más sofisticadas de rubio americano, BENSON & HEDGES RED FILTER, CHESTERFIELD, JOHN PLAYER KING SIZE, KENT, LARK, LUCKY STRIKE. Hacíamos pequeños negocios con nuestros compañeros menos audaces. Les vendíamos los pitillos “sueltos” y por el precio de una cajetilla, llegábamos a comprar tres.
En el portal de al lado de la Luna, había un negocio muy singular: el guante.
En el mismo portal de acceso a las viviendas, había una especie de cabina o portería acristalada muy pequeña. Dentro, una mesa, una silla y una papelera. Unas cortinillas granate impedían ver si había alguna actividad en el interior. En la mesa, un puñado de velas y una caja metálica de las de cola cao.
Jesús Maté, conocía concienzudamente el sitio. Vamos al “guante” Mikel, me decía cada sábado al caer la tarde. Dorita ya le conocía de sobra. El saludo de bienvenida era: fuera de aquí chaval que llamo a mi marido, pero Jesús Maté sin inmutarse, le ponía en la caja de cola cao tres pesetas y le decía: venga dorita dale al manubrio. Maté era un chico Zamorano muy audaz.
Dorita se enfundaba un horroroso guante descolorido de tela y sin rechistar le bajaba la cremallera y le decía mientras le masturbaba: como te pille mi marido por aquí te va a meter una tunda que ya verás. Yo esperaba fuera con la puerta entreabierta. Cuando terminaba con Jesús Maté me decía con una mirada indiferente ¿quieres pasar tu también, tienes dinero?
Las primeras veces me resistí a los meneos de Dorita, pero debo confesar que el morbo me traía absolutamente inquieto. Maté siempre me animaba a probarlo aunque siempre se quejaba de picores y dolores después de los pases de Dorita.
Un día fui solo y después de muchos paseos dubitativos calle arriba y abajo, entré. Toma le dije, depositando las tres pesetas en la caja de cola cao. Como si nunca me hubiese visto por allí, me amenazó con su ritual “vete de aquí, que como te pille mi marido…”, la verdad es que acojonaba un poco. Era una mezcla explosiva, el morbo, el deseo y el miedo a que realmente un día apareciese “su marido”, una subida de adrenalina difícil de explicar recorrió mi cuerpo. Venga, corriendo que tengo prisa.
No se puso ni el guante, me bajo la cremallera, apenas me la cogió con aquélla mano heladora, me corrí inmediatamente si avisar. No le dio tiempo a poner la papelera y todo el esperma le fue a parar a la pechera de una camisa bermellón descolorida. Se puso como una fiera mientras intentaba limpiarse el vestido. Yo, muerto de vergüenza, miedo y emoción me huí despavorido.
Durante semanas, cuando reuníamos dinero buscábamos a Dorita, que muchas veces por tres pesetas nos aliviaba a los dos. Dorita desvirgó a Jesús Maté. A mí me había desvirgado casi sin saberlo Manuela Luisa Fernanda Otero. Nuca se lo dije a Jesús Maté.
Semanas después coincidimos en la Luna un domingo por la mañana con Dorita. Allí compraba los condones a bajo precio. Simplemente nos dedicó un leve gesto de indiferencia apenas imperceptible. Se despidió del encargado de la tienda con un “hasta la vista” a la vez que se acercó a una mujer que hablaba con otro dependiente y con gesto displicente le dijo: nos vamos cariño.
Una vergüenza indescriptible recorrió todo mi ser, me paralizó por un instante. Era Manuela Luisa Fernanda Otero. Entonces comprendí muchas cosas que en el pasado reciente eran una entelequia para mí. Me acordé sin desearlo de Camilo Reyes. Nunca sabré si ella le engañaba o trabajaba para él.

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