lunes, 28 de agosto de 2023

 LAS BUENAS PERSONAS


La noche anterior, había tenido varias pesadillas de esas que dejan huella. En una de ellas me caí de la cama, originándome una importante herida en la rodilla izquierda.

En mis pesadillas nocturnas, siempre peleo con alguien, contra alguien o contra muchos. Jamás recuerdo sus caras ni los motivos de las gestas.

Las peleas son duras. Al despertar de la pesadilla, sudoroso por el esfuerzo de la batalla y angustiado por no saber el motivo de la misma, suelo dedicarle algunos minutos a recoger los pedazos de los objetos que salen dañados, como si fuesen los molinos de viento contra los que peleaba el hidalgo caballero: las lámparas de las mesillas de noche, las gafas, algún libro, el reloj despertador, el móvil, los clínex y cualquier otro objeto que estuviera cerca de la contienda. Algunos van directos a la basura, otros se recuperan al día siguiente con loctite y el resto, sencillamente se ordena en su lugar. Lo más difícil de recomponer es la serenidad, mientras el pulso galopa a más de 130 pulsaciones por minuto y crece la angustia.

Casi siempre suelo pasar de largo por el espejo del baño principal de la casa. Lo indispensable para afeitarme y quitarme los insidiosos pelos que a traición me salen en las orejas y en la nariz.

Esa mañana, una fuerza misteriosa, me puso cara a cara con el espejo del baño principal. Tras unos minutos observando fijamente aquélla imagen que el espejo me devolvía, pasó la película de mi vida: lo que es, lo que fue y especialmente, lo que pudo haber sido.

Lo decía mi madre con frecuencia: “HIJO, EMPIEZA EL DÍA CON EL PIÉ DERECHO”. Muchas veces lo intenté, como un ritual. Salía de casa con el pié derecho. Salía a la calle, con el pié derecho, pensando que así la suerte estaría de mi parte. Lo cierto es que siempre tuve mucha, mucha suerte, pero de la mala. Empezar el día con el pie derecho, no aportaba nada, salvo las palabras siempre recordadas de quien te quería y te deseaba suerte, a su manera.

Me salvé del espejo del baño principal, pero no de mi mala sombra. Salí a la calle desesperado, me habían pronosticado una mala enfermedad, necesitaba con urgencia una cirugía. En lo público y lo concertado, me pedían informes, algunos de ellos imposibles de conseguir. No había tiempo que perder.

Un hospital privado de otra CCAA, me proponía un quirófano, un robot manejado por un experimentado cirujano para esa misma semana. A cambio me pedían 20.000 euros, que lógicamente no tenía.

Sí, había salido con el pie derecho a la calle ese día. No sabía a quién dirigirme ni que hacer. Después de juntar dineros prestados y rascar en las cuentas corrientes, era imposible, me faltaban 8000 euros ya no había de donde sacar. El hospital pedía la pasta por adelantado.

Las buenas personas están ahí, no hay que buscarlas. Me había encontrado con alguien muy especial a quien conté mis problemas de salud y las dificultades con la sanidad. Enseguida se puso a mi disposición y le faltó tiempo para dejarme el resto que me faltaba. Lo más importante me dio 10 años para devolver el dinero.

¿Cuántos más lo habrían hecho? NINGUNO.

Esas personas que están ahí y te dan la vida, como así fue, son las buenas personas por las que la vida vale la pena.

Gracias por tu apoyo y gracias a todas las personas que están dispuestas a sacrificarse desinteresadamente por los demás.

La vida sigue