lunes, 24 de octubre de 2022

 

AYER ÉRAMOS PEQUEÑOS

 

Ayer éramos pequeños, pequeños de verdad de esos de 10 y 12 años de edad. Sin embargo, cuán distintos éramos a los pequeños de hoy. Ello no es ni mejor ni peor, pero la distancia que nos separa, es la misma distancia que separa nuestros tiempos, o nuestras épocas, Es difícil echar la vista tan atrás y poder percibir quienes fuimos con claridad, sin que nuestro cerebro tienda a novelar aquello que, ocurriendo, no fue tan exacto como a veces afirmamos.

Como muchas otras, mi familia era una familia numerosa, no de las más numerosas, pero había además del perro, los gatos, la tortuga y las palomas; cuatro hijos y naturalmente el padre y la madre.

Lógicamente clase trabajadora con pocos recursos. Yo era el pequeño. A mí me parecía que aquella familia, mi familia, era feliz. Es cierto que poco sabía yo sobre ese concepto, pero tenía la sensación de que todo estaba en su sitio. Todo era como yo imaginaba que debía ser. El rigor y el silencio a las 13.30 horas durante la comida hasta que mi padre se levantaba de la mesa, entonces ya se podía hablar. Las meriendas de pan con chocolate o pan con aceite y azúcar, delicioso y algún amigo o amiga de mis hermanas mayores que venían con frecuencia a casa, aportaban un sabor especial a aquéllas tardes aciagas. A las nueve, la cena. A las 9.30 mi madre hacía que todos estuviéramos en la cama ya que mi padre llegaba a las 10 de la noche, puntualmente.

Algunos días, preferentemente los sábados y los domingos, veíamos la TV todos juntos. Sí, solo había dos canales y la TV era en blanco y negro. No había mando a distancia, por lo que el volumen lo fijaba mi padre que tenía un oído de la ostia. No se podía hablar si querías enterarte de algo y mi padre, no nos dejaba tocar el volumen. Eso en su presencia. Recuerdo que esas jornadas que deberían ser súper divertidas, se convertían en algo difícil de soportar.

Lo mejor, cuando salíamos a la calle a jugar con los amigos. Las madres de vez en cuando se asomaban a las ventanas para cerciorarse de que todo estaba bien. Cuando nos llamaban para la cena, había que subir rápidamente, si no querías un castigo del 10.

Con una moneda de 10 céntimos de peseta, nos compramos en el kiosco de la calle, un cigarro de ideales y una cerilla. No sabíamos muy bien cómo iba a resultar la experiencia. Nos escondimos detrás de un árbol y encendimos. La primera calada la dio mi hermano, era el mayor (10 años). Después yo. solo tenía 9 años.

Entre toses y los vómitos, decidimos deshacernos del cigarrillo. Me tocaba a mí. De pronto una conocida voz (mi padre), dijo. ¿Qué hacéis ahí? Pensamos que el castigo sería tremendo. Fue peor, nos obligó a terminar el pitillo hasta el final. Nunca volvimos a fumar.

miércoles, 19 de octubre de 2022

 

SANA, SANA CON UNTO DE RANA.

 Estas eran las palabras mágicas que pronunciaba mi madre para atenuar mi dolor de tripa, mientras con sus cálidas manos daba un masaje circular en mi pequeño vientre… Sana, sana, con unto de rana, si no sanas hoy, sanarás mañana…

Mientras el dolor iba remitiendo por momentos, yo me preguntaba una y otra vez como se podría obtener el unto de rana… y cómo algo así podía librarme de aquél horrible dolor de barriga.

Conocíamos muy bien en casa el unto de cerdo. Y el tocino de cerdo, lo conocíamos muy bien porque con el unto, mi madre preparaba un caldo gallego riquísimo, caliente, sabroso, curativo… Pero recuerdo que siempre estábamos vigilantes mi hermano y yo, por si nos topábamos entre los grelos y las patatas, un trozo de aquél unto que se nos antojaba nauseabundo por su aspecto grasiento y blanquecino… Nada, nunca encontrábamos nada era increíble, el unto estaba en la olla, pero nadie lo podía ver…

Igual que cuando mi madre me frotaba el vientre… solo que con la grasa o el unto de una rana… era invisible y mágico, porque el dolor se iba disipando al tiempo que mi madre repetía una y otra vez: sana sana con unto de rana, si no sanas hoy, sanaras mañana.

Cuanta sicología había en nuestras madres, que apenas sabían leer y escribir… y que poco saben nuestros hijos universitarios, a pesar de su gran formación, tienen la cabeza abotargada por las redes sociales, y la red de redes.

 

lunes, 10 de octubre de 2022

SE COLOCAN LAS LETRAS UNA TRAS OTRA


Se colocan las letras una tras otra y al hacerlo, siento que algo toca su fin. Se colocan las letras una tras otra como si conocieran su destino, como si tuvieran existencia propia. No sirve cualquier letra para darme cuenta de algo que termina, de algo que se acaba. No me gusta la cambria ni la calibrí ni la arial ni la verdana. Solo escribo con la bastión, con la bastión 12 y justificada. No sé porque me gusta justificarlo todo. Limpia, cuerpo 12 y justificada, la palabra me enseña el vacio que hay en el alma. La vida se acaba.
De otras vidas vividas me viene un especial recuerdo con olor a naftalina. La academia de mecanografía y taquigrafía de la calle Cardenal Landázuri.
El galopar ensordecedor de las viejas Underwood machacando sin cesar el sándwich de papel y calco. El tufo a disolvente utilizado en la limpieza de los tipos de las máquinas. La luz tenue de de las bombillas de incandescencia. El profesor en medio de la sala observando a cada alumno.
Era el taquígrafo de la Diputación, funcionario. Había montado en el salón de su casa un negocio para ocupar sus tardes y rentabilizar así la sabiduría acumulada a través de décadas de taquimecanógrafo.
Diez metros cuadrados de salón. Diez mesas con sus respectivas maquinas de escribir Underwood. Una vez sentados nadie se podía mover del sitio hasta finalizar la sesión de prácticas. Una hora golpeando aquéllas duras teclas, q w e r t. p o i u y. qwert poiuy. Asdfg ñlkjh. Zxcvb .,mnb. Y vuelta a empezar. Cada dedo una tecla, cada tecla una letra. Cientos de veces, miles de folios. Cuantos árboles caídos. Qwert poiuy qwert poiuy qwert poiuy qwert poiuy qwert poiuy.
Ocupó mi mente muchos días y muchas horas cada día qwert poiuy. No significaba nada pero tenía un sonido mágico un poder especial, daba la sensación de libertad de gozo, de placer. qwert poiuy. No sucedía lo mismo con Asdfg ñlkjh. Mis sensaciones eran justo contrarias a qwert poiuy y sin embargo todas eran palabras vacías y sin sentido alguno. Mientras colocaba el papel y el calcante en el tambor de la máquina sentía una cierta avidez por comenzar a golpear las viejas teclas de la Underwood. Ningún error, ni un solo fallo qwert poiuy. Era algo mágico, algo positivo.
A medida que el otoño penetra en mi piel dejándome un amargo sabor a depresión, asdfg ñlkjhg se hace presente en mi cerebro transportándome en el tiempo a la calle Cardenal Landázuri, a la umbría academia de taquimecanografía donde repito una y otra vez, asdfg ñlkjhg, asdfg ñlkjhg, asdfg ñlkjhg. Asdfg ñlkjhg de malos presagios, de mal fario, de algo que toca a su fin.

sábado, 8 de octubre de 2022

 

A propósito del cambio…

 Si hubiera un par de verdades dignas de reseñar, por las que todos hemos de pasar, me inclinaría por el CAMBIO y la MUERTE,

Por el cambio todos pasamos, desde que nacemos, hasta el ocaso. Por la muerte, ni te cuento.

Así pues, estas dos verdades, se convierten en los dos hechos democráticos por antonomasia. Cierto que se extienden por todo el planeta y cierto que afectan a todas las criaturas. Esa certeza, no deja de serlo por el hecho de que ambas dos verdades se produzcan a diferente ritmo y en tiempos desiguales.

El cambio, en las personas, va a su ritmo, me refiero al cambio físico.

Yo cantaba en el coro del instituto. A los 9 años mi voz de tiple I, me situaba cerca de Amanda. Nunca estuve tan cerca de ella. Su aliento movía mi melena pelirroja al tiempo que podía adivinar lo que había tomado para la merienda. Amanda era la deseada de todo el coro, pero solo yo podía notar el batir del aire que salía de sus pulmones.

Con 11 años, mi suerte cambió por completo. Comenzaban a salirme los primeros pelos en la cara y en el bigote, mi nariz chata (como la de mi madre) se tornó como por arte de magia, en una nariz aguileña como la de mi padre, no de gran tamaño, pero aguileña. Ese hecho me produjo un grave complejo que arrastré prácticamente hasta la mayoría de edad.

Mi voz cambió repentinamente. D. Adolfo, el director del coro, coloco mi voz al lado de los tenores. Solo chicos. Fui a caer justo al lado de mi mayor enemigo Juvenal Conde. Mis días de amor y gloria junto a Amanda se habían visto truncados para siempre, por un ligero cambio en mi voz.

Más tarde comenzaba a cambiar la forma de expresarme, mi temperamento, mis gustos por las chavalas, mis inquietudes sobre el futuro, sobre la opinión de los demás… mis primeras ideas políticas…

Por esa época estaba en un internado franquista, dirigido por gentes del OPUS DEI. Cierto que no sabíamos nada del OPUS, ni de casi nada. Solo sabíamos obedecer sin rechistar. Recuerdo meridianamente un hecho que me marcaría para siempre. En el comedor nos juntábamos más de trecientos chicos (no era mixto). La comida era un horror. En cada mesa, y siempre en el mismo orden, desayunábamos, almorzábamos y cenábamos, 24 internos. Fue una sopa de lentejas la que cambió mi vida para siempre. Las señoras que atendían el comedor eran muy tiernas con nosotros, nos advertían que deberíamos comer para que no fuéramos represaliados por los jefes de comedor. En cada mesa ponían 6 fuentes de sopa, para que cada 4, nos sirviésemos. Como protesta a aquella cena carcelaria, se me ocurrió romper el tenedor de postre y arrojarlo a la fuente de la sopa de lentejas. Mi compañero y amigo G. Benéitez, me acompañó en la gesta. Sin mediar palabra, los 24 de la mesa hicieron lo propio. Las señoras de cocina retiraron las fuentes para traer el segundo plato y enseguida se dieron cuenta de lo que pasaba. A la hora de abandonar el comedor, se acercó el director ordenando que nadie de nuestra mesa se levantase. Supimos entonces a lo que nos enfrentábamos.

Desalojado el comedor, solo quedábamos los 24 comensales de nuestra mesa. Silencio sepulcral, todos mirando a la mesa sin pestañear. De pronto una voz de mando: ¨solo lo repetiré una vez, quien es el responsable de esto ?¨ . Nada todo el mundo en silencio… de nuevo la voz: ¨estaremos aquí sentados y en silencio hasta que aparezca el responsable¨.

Entendí que debía ponerme en pie y asumir algo que jamás había indicado a nadie que hiciese. Entendí también que entre los chavales sobraban las palabras para protestar por algo. Igualmente entendí en ese preciso instante de mi vida, que yo era un líder innato.

Me puse en pie y dije: la comida de este sitio es una auténtica basura, que no estoy dispuesto a seguir comiendo, antes prefiero que me expulsen. Nadie se puso de mi lado, nadie fue sancionado. Me expulsaron. Supe que las comidas fueron algo mejores a partir de entonces.


A los 12 años, solo 12, mi vida cambió, descubrí que ya no era un mocoso caprichoso a quien sus padres llevaron a un internado, ahora era alguien dispuesto a dar la cara, a luchar por los demás. También fui consciente de que a veces dar la cara por los demás es muy duro, a sabiendas que los demás no están en disposición recíproca. Años más tarde, participé muy a fondo en las luchas sociales del país, en la política, en movimientos vecinales… en dar la cara…