lunes, 5 de febrero de 2018

LLEGANDO AL VACÍO



Parece que la vida continúa. Se manchan los cristales de las ventanas con esas cuatro gotas de lluvia que de cuando en cuando se escapan. Llueve barro amarillento. Se embadurnan los cristales de mis ventanas. La vida continúa estoy seguro, aunque lo haga sin mí.

Sensación de vacío. Llego el invierno. Ya no puedo seguir observando el quehacer cotidiano de las gentes. Cambié de ventana. Mi nueva ventana solo me muestra un burro, una yegua, un caballo, una oveja y un perro. Me saludan con la helada. Mi corazón también está de invierno, helado, desierto.

Desaparecieron los tiempos felices. ¿Hubo tiempos felices? Cierro los ojos y rápido viene a mi cerebro Klaus Schulze (Yen). Mi cuerpo astral vuela hacia lugares en los que jamás estuve. Montañas, verdes llanuras, mares infinitos y desiertos irrepetibles. Tengo una sensación de paz impostada, de rustica felicidad instantánea y lábil. Pero me faltas tú.

No son los sitios y los lugares más bellos y remotos, son con quién los compartes. Tenías razón en eso.

Las ventanas del piso miran al oeste y recogen el sol de la tarde, entonces todo cobra vida, hasta el polvo que acampa en los muebles y en los suelos. El sol lo muestra todo sin complejos. Es como si algo quisiera parecer cierto en la vida.

Al ponerse el sol, bajo las persianas del lugar que habito. Cuando lo hago, me ahogo, vuelvo a la soledad no deseada. 

Mañana quisiera limpiar los cristales. También lo pensé hace diez días. Lo pensé también hace varios años. No solo lo pensé, un día me puse a ello, pero no fui capaz. Antes de que suceda lo que tenga que suceder, prometo limpiar los cristales de las ventanas, aunque no pueda ver a través de ellos la felicidad que soñé y no tuve, aunque pudiesen mostrarme mentiras irrenunciables de la vida, aunque el mundo se postrase falsamente a mis pies.

Debo ordenar los asuntos pendientes, reparar los daños infringidos que fueron muchos, poner mis ideas en orden, pagar las pequeñas deudas, y, despedirme con serenidad y hombría. Y sobre todo, limpiaré los cristales de las ventanas, que jamás se diga: aquí vivió un guarro abandonado.

Quise ser feliz, estuve a punto de conseguirlo, aunque fuese a costa del sufrimiento de terceras personas. Llevé el timón de mi barco, pero nunca tuve marcado un rumbo, nunca llegué ni por aproximación al puerto de la felicidad, la esperanza y la seguridad. Nunca.

Dediqué tanto tiempo a resolver los problemas ajenos, que los propios ocuparon un discreto lugar en el reparto de papeles de la vida. Se podría decir que mis asuntos no tuvieron ni la categoría de “figurante”. Pero mis problemas siempre me han acompañado hasta ahora, hasta el final, nunca los resolví y dejé que me ahogasen. Pido perdón a todos los que defraudé, a los que esperaban algo de mí y no lo recibieron. Pido perdón especialmente a mis hijos que prácticamente perdieron un padre, mientras este no fue capaz de dar con la felicidad y el sosiego que tanto ansiaba. También a mis padres que hoy ya no están y que perdieron un hijo a edad temprana. Perdón también a las mujeres que amé y no fui capaz de mantener a mi lado. Pido perdón por los cristales que no limpié y no me permitieron ver la realidad que estaba delante de mis narices.

Cuando recibes la fatal noticia (que de algún modo llevabas esperando media vida), notas un fuerte impacto emocional, que en mi caso no duró ni cinco minutos. Sin embargo, en ese instante, quisieras resolver todas tus cuentas pendientes. Quisieras tener la posibilidad de partir con la sonrisa de todos a los que dañaste, aunque esa sonrisa forme parte de la farsa de la vida.

Pasa mucho tiempo, mucho, hasta que te haces con los mandos de la soledad, y aun cuando no termines nunca de dominarla, eres capaz de asumir que llegaste solo y desnudo a este mundo, y te irás de la misma manera que has llegado. Lo que más te impone es el sufrimiento prolongado.

Siempre soñamos con lo que no podemos conseguir. Que absurdos somos. Cuan felices podríamos haber sido, de habernos sabido conformar. Conformarse con las pequeñas cosas que la vida te va aportando día a día con sus mentiras. Conformarse con las personas que te aman, con la familia en la que te ha tocado vivir. Conformarse…

Debo elegir, y aquí me la juego. En esta ocasión he de acertar, es una firme promesa y ya no tengo tiempo para disculpas ya no habrá un mañana al que dejar las tareas incomodas, ya no puedo seguir fallando. 

¿Cristasol? ¿o amoniaco con unas de agua? Sé que es una difícil elección. He preguntado por ahí al vecindario y hay una división de opiniones como en Cataluña. Necesito acertar, deseo ardientemente que mis ventanas me aporten la luz necesaria para afrontar estos últimos días, sin mentiras, sin falsas expectativas, sin promesas, con claridad absoluta. Elijo el amoniaco con unas gotas de agua tibia.

Mañana los limpio, eso seguro.




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