A fin
de cuentas, llevamos casi 17 años juntos. ¿quién podría imaginarlo? Recuerdo
que ella andaba deambulando por las calles cuando solo contaba con un mes o dos
de vida. Nos miramos detenidamente. Le tendí la mano y la acepto gustosa.
Cerca, al lado de los cubos
de la basura se agolpaban cientos de cajas de cartón de los comercios cercanos.
Monté como pude una de las cajas pequeñas y se la ofrecí como refugio. Entró
sin dilación. Esperé un tiempo a que saliera de la caja, pero no salió. Volvimos
a mirarnos fijamente, y me la llevé a casa.
Al llegar a casa, salió de la
caja y en cuestión de días, se hizo con los mandos. Pronto cumplirá 17.
Nos conocemos al dedillo. Sin
quererlo, llevamos una rutina milimétrica. Durante un tiempo no fui consciente
de ello, pero ahora le ofrezco cada día conscientemente, unas pautas de rutina
tales, que hasta ella intenta saltárselas de cuando en cuando.
Al levantarme, voy elevando
las persianas para que la luz cubra todos los espacios de la casa. Abro las
ventanas para ventilar, pero ella no aparece en escena hasta que oye cómo
manipulo un paquete de golosinas. Entonces me persigue por toda la casa, pero
al girar el pasillo, ella toma la delantera y se sitúa en el mismo sitio de
cada día, en la misma posición, a la misma hora, mirando al oeste. En ese
instante le invito a unas golosinas. Se las come en un santiamén.
Acto seguido, le sirvo una
taza de agua fría (del frigorífico, como le gusta a ella). Se la toma y luego
se va a dormir el resto de la mañana. Hasta medio día, voy varias veces a ver si
tiene ganas de levantarse. No se levanta nunca antes de las 3 de la tarde. A
esa hora le ofrezco agua fría, bebe. Enseguida se cambia de habitación y se
deja caer en el sofá del salón, donde el sol está presente hasta su puesta. Le
tocas la cabeza y está ardiendo. Creo que absorbe toda la energía del sol.
Cualquier día se terminará abrasando.
Cuando oscurece, bajo las
persianas de la casa y enciendo las luces del salón. Me mira fijamente. No le
hago caso. Entonces me pide que le ponga la televisión, y lo hace de una manera
tan insistente, que es imposible no obedecer.
A las 8 de la tarde, cena. No
le gusta cenar dos días seguidos la misma cosa, así que tengo que ir alternando
con agenda en mano para no repetirme. Cuando me olvido y repito, me deja toda
la cena en el plato. Le explico que no me gusta nada su actitud. Me escucha con
atención, pero se da media vuelta y ni siquiera prueba bocado.
Si tengo que salir de viaje,
se lo huele un par de días antes. Se lo noto, porque cambia de rutina, está más
pendiente, mas controladora. Al final se lo digo: “mañana y pasado no voy a
estar en casa”. Ella ya lo sabía. Se resigna.
Los días que yo no estoy, Yolanda
viene unas horas al día para ocuparse de ella. No se soportan, no se ven, no se
dicen ni mu. No porque Yolanda no se esmere y procure empatizar con ella, no.
Sencillamente no se ven. Si no estoy yo, pasa de la gente.
Cuando regreso de viaje, me
huye, me recrimina que me haya ido, Si son más de dos días, el cabreo le dura
bastante más.
Así es Tini mi gatina.
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