viernes, 9 de noviembre de 2018

EL DÍA QUE MI SUERTE CAMBIÓ


EL DÍA QUE MI SUERTE CAMBIÓ.
Siempre hay un día que se cierne abruptamente sobre nosotros. Nos sorprende, nos inmoviliza y nos hace sentir “mortales”, eso sí, no lo vemos venir.

No fue un día, ni una semana ni un mes. Llevaba una temporada con esos presentimientos que viven en ti día y noche, era como una premonición indeseable en la que nadie quiere pensar, de la que todo el mundo quiere huir. Notaba como algo fatal se cernía sobre mi cabeza.

A veces crees que vives, pero solo vegetas. A veces crees que cambias las cosas, pero simplemente las cosas cambian solas, sin pedirte permiso, sin hacerte partícipe de tales cambios.

De pronto mi vida dio un giro de 180 grados. Sí yo participe en él desde luego, pero ni de lejos lo había planeado ni hablado ni estudiado ni deseado ni tan siquiera soñado.

Siempre fui (para mi desgracia) persona de asfalto y contaminación, aunque confieso aquí y ahora que siempre deseé tener un puñado de tierra donde “caerme muerto”, que decía una abuela materna. Recuerdo que en una ocasión estuve a punto de comprar un terreno rústico rodeado de árboles y retirado, muy retirado de todo. Tras mil reproches de la familia, decliné hacerlo realidad, puede, que como otras muchas cosas en la vida.

Como buen “urbanita”, siempre fijé mi domicilio en el mismísimo centro de las ciudades donde viví. Nunca fui propietario de nada, eso me brindo la posibilidad de cambiar de domicilio cada poco tiempo.


Sin saber cómo, sin motivos aparentes, sin tiempo para reflexionar, salí del mismísimo centro y me fui a vivir a un barrio de la periferia a varios kilómetros del centro. Visité el lugar un par de veces antes de mudarme. Lo cierto es que el lugar inspiraba poca confianza y de noche, menos aún.

Me percaté enseguida que los bloques de viviendas estaban llenos de cámaras de seguridad y en sus paredes se anunciaban “servicio de vigilancia 24 horas”. En ese lugar inhóspito sin nada alrededor, prácticamente desierto día y noche, con tanta video vigilancia, me hacía sospechar que algo no iba bien por el lugar. Varios bloques de viviendas de 10 pisos cada uno, tan solo advertías coches viejos aparcados de cualquier manera, sin nadie por sus inmediaciones…

Uno de los días que visité el lugar, antes de decidir mudarme, observé a un hombre joven de unos 30 años ataviado con un pijama, un batín de hospital y unas zapatillas. Había caído una buena nevada y la temperatura en la calle no superaba los 0ºC. He de manifestar que aquélla aparición me dejó bastante tocado.
Instantes después, al girar el coche para rodear el segundo bloque, caí en la cuenta que el edificio que se vislumbraba al fondo, a unos 100 metros de distancia, no era otra cosa que el antiguo hospital psiquiátrico de la ciudad.

Aquélla situación no me pareció tan horrible ya que los demandantes potenciales del servicio de psiquiatría somos todos los humanos. Con el tiempo, y a determinadas horas del día, aquella estampa se repetía con decenas de “internos” que deambulaban por el barrio y que evocaban recuerdos con olor a series de TV americana como the walking dead.


Una pena, la verdad, sobre todo las personas jóvenes. En ocasiones pienso que no eres lo que logras, eres lo que superas. Las dificultades te imponen, pero no te impiden ser quien eres con tus taras, tus rarezas, tu actitud... Puede que el equilibrio se encuentre en tener una actitud positiva ante la contingencia que vamos adquiriendo sin comerlo ni beberlo y nos convierte en quienes somos en cada instante, sabedores de que la única constante del ser, es el cambio.

La única vida de la barriada eran los enfermos del psiquiátrico, qué con sus excentricidades y debido a sus tratamientos médicos, teñían la zona de un absurdo color de esperpento. Yo empezaba a reconocerme entre ellos, Tanto es así que decidí hacerme cargo de una finca en las inmediaciones, sin saber tan siquiera distinguir entre hortaliza y legumbre. Fue un reto que tuvo un final espectacular.

Construí un invernadero (con la ayuda de algún amigo), aré la tierra, planté de casi todo (Tomates, pimientos, berenjenas, zanahorias, acelgas, brócoli, perejil, fresas, calabazas, calabacines, melones, puerros, lechugas, judías verdes, habas blancas, menta, apio.  cerezos, melocotoneros, cebollas…) y todo lo que planté, dio muchos, muchos y buenos frutos. Todo ecológico. Fue un año de mucha e intensa labor.


Llegué a encontrar una paz y un sentido a la vida como nunca antes había tenido. Me sentía fuerte, sano, feliz. Y ello a pesar de los cientos de problemas que rodeaban mi vida y que nunca me han abandonado por completo. Fue un chorro de aire fresco que con pocas cosas puedo compararlo.

Regalaba a familiares, amigos y vecinos todo lo que os podáis imaginar de un vergel incomparable, donde todo tenía el sabor que le correspondía, especialmente el tomate y el pimiento. También florecieron unas parras centenarias que había en la finca y que desde hacía más de 19 años no habían dado frutos. Se llenaron de uvas riquísimas que pude compartir con los pájaros.

Pasado el tiempo de la cosecha, ahora comprendo que todo era una señal, un aviso. Estaba tan claro que no lo pude interpretar a tiempo. Quienes conocían la finca estaban asombrados del impresionante resultado obtenido, ello teniendo en cuenta de que yo nada sabía sobre cultivos ni de como sembrar ni como labrar la tierra. Todo fue improvisado por mi tras visionar unos tutoriales en YouTube. Todo era una clara señal que no pude interpretar a tiempo.

A primeros de septiembre me detectaron un cáncer. A finales de septiembre fui al quirófano. Ahora estoy a la espera de algunas sesiones de radio terapia. Pero de momento entregue a la enfermedad partes vitales de mi cuerpo que ya no volverán a funcionar jamás. Era una señal y no la vi llegar.

La felicidad es tan efímera y los humanos tan gilipollas que todo pasa en un abrir y cerrar de ojos.

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