jueves, 4 de mayo de 2023

 RECUERDOS DE UNA INFANCIA


Hace una temporada, escribí mi primer podcast. Lo hice como terapia, para curar heridas de las que llamamos incurables. No había otra intención, era como un diario personal. Me dio por editarlo y darle el tratamiento de audio o de podcast. Pensé en publicarlo, aunque me daba demasiado brete, ya que se trataba de un diario personal.

Se me ocurrió entonces la idea de novelar algunas partes, de ese modo, no dejaba de ser un relato híbrido donde había un poso íntimo y una parte importante de fabulación. Me arriesgué y publiqué el primer podcast. Lo cierto es que tuvo mejor acogida de la que pude imaginar, por eso, doy gracias a cuántas personas se han tomado la molestia de aguantarme las 555 palabras que suele tener cada relato.

Al escribir este relato recordé, (de los pocos recuerdos que tengo d entre los 5 y 10 años) algo que me daba auténtico repelús. No podía soportar que me cortasen las uñas, y especialmente cuando tocaba rapar las uñas de los pies, era algo auténticamente insoportable. Escuchar la simple orden de mi madre: Mikel, a cortarte las uñas… Me producía un vértigo indescriptible, entraba en pánico y enseguida brotaban chorros de lágrimas de mis ojos y sensación de impotencia.

Vivíamos en un edificio público ya que mi padre era el oficial mayor y tenía una vivienda dentro del recinto. Recuerdo un gran patio, donde aprendí a andar en bici; el mismo patio en el que con 9 años, mi hermano y yo nos fumamos un cigarrillo escondidos detrás de un magnifico grosellero. Después de aquella experiencia nauseabunda, nunca volvimos a probar el tabaco. En ese patio había unos wáteres públicos con duchas. Un lugar que me impresionaba y al que jamás entraba solo. Su aspecto, era el de unas duchas colectivas de campo de concentración, Nunca supe por qué estaban allí esas malditas duchas.

En el verano, los domingos, mi padre practicaba un deporte que jamás comprendí y que me daba pavor. De pronto aparecía en escena con un bañador de mujer, de color lila estampado con grandes lunares negros. En ese momento yo trataba de esconderme donde fuera, (generalmente detrás de mi madre) que poco o nada hacía para evitar mi pánico. A todos les hacía una gracia tremenda aquella dantesca situación.

Mi padre me cogía en sus brazos mientras yo le propinaba golpes y patadas, le tiraba del pelo, y entre lágrimas y sollozos le llamaba hijo del diablo… Poco le importaba a aquel hombre de más de 1.80 de altura y fuerte como un roble. Sin mediar palabra iba hacia las duchas carcelarias y de repente me metía bajo el chorro de agua helada. Daba igual mi llanto y mis lamentos, él seguía con su plan como si nada. Ya veis, 50 años más tarde sigo recordando con estupor aquélla sensación de impotencia y de terror.

Ahora tengo que cortarme las uñas. Tengo que hacerlo yo. Nadie me las puede tocar. Parece que el tiempo, no cura algunas manías que adquirimos en la infancia.

No me suelen quedar bien, me paso la lima tras el corte y consigo una cierta uniformidad. Me gustan cortas. Hoy al quitarme un padrastro, he tirado demasiado fuerte y me he llevado medio dedo por delante. Joder como duele el rollo padrastro.

Quien sabe, si mi madre estuviera con nosotros, quizás le pediría que me cortase estas uñas duras como el alma de judas. Quizás…

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