viernes, 30 de enero de 2015
La conjura de los necios
domingo, 17 de abril de 2011
El político del semáforo

Tras una noche en vela, desolado por los sinsabores que la vida me brinda, humillado por los acuerdos políticos que cada vez recortan más mi subsistencia inmediata y dejan al descubierto mi incierto futuro como jubilado en ciernes, irritado por los siete males que me aquejan, pude observar a través de la ventana que mira al norte de mi ruinosa habitación como el día despuntaba y se me antojaba triste y oscuro.
Con dificultad extrema dejé que mi tullido cuerpo rodase por la cama hasta lograr la vertical. Huesos, articulaciones, tendones y músculos crujieron como nunca lo habían hecho. Me asusté.
Invadió mi mente un pensamiento único. La realidad de los años. La realidad de la vida. Lo injusto del conocimiento. Recordé el pensamiento Socrático que me pareció más vacío que nunca. Nunca me gustó nada la “patética” herencia de Sócrates. ¿Sólo sé que no sé nada? Venga ya. Yo ni tan siquiera sé que solo sé que no sé nada.
Pero esto que denominamos realidad, es absoluta, irrefutable, ineludible, es definitiva. Tan solo necesitas un espejo y fijarte mínimamente en tus movimientos, cada vez más lentos, cada vez más torpes, más dolorosos. Yo me di cuenta ayer charlando con el político del semáforo.
Desde luego, la culpa siempre es de algún político. Desconozco los motivos, pero siempre tienen la culpa…
Nos encontramos en el semáforo frente a la estación de Matallana. ¡Qué bien te veo!, me espetó con entusiasmo inusitado. Me pareció que la proximidad de las elecciones municipales le había llevado a practicar la exageración, aunque conmigo no tenía que guardar fórmula protocolaria alguna. Nunca le voté, nunca le votaré. Su familia siempre fue de derechas y a él le dio por decir que era socialista. Era un bobalicón a medio cocinar. Como una empanada poco horneada y pálida de semblante.
En el colegio y en el Instituto era conocido como “el pavo”. Sea como fuere me desconcertó su comentario sobre mi aspecto, incluso me dio cierto ánimo, al fin y al cabo, con mis 58 años recién cumplidos siempre viene bien que alguien te diga: en serio estás como siempre, no sé cómo lo haces. Mira yo que barrigón tengo.
Fuimos de banalidad en banalidad lo que nos llevó directos a la política municipal que el pavo venía practicando desde hace cuatro años como edil del ayuntamiento. Cada palabra quedaba congelada en el aire con aquéllos infumables 10 grados bajo cero como si de guirnaldas navideñas se tratase. Pronto deje de sentir las orejas y los dedos de manos y pies. El muy cabrón seguía construyendo argumentos sobre el carril bici, el transporte público y su empeño endemoniado en cambiar las calles de la ciudad de un sitio para otro.
Unos “chupiteles” de hielo formaban parte de mi poblado bigote. Sentí ganas de agarrarle por el cuello, pero me pareció más práctico jurarme a mí mismo hacer una campaña electoral en el barrio para devolverle a los orígenes de su trabajo como factor de tren (con todo mi respeto a los factores).
Por el rabillo del ojo pude ver entre la niebla la luz verde del semáforo. Tenía 32 segundos para deshacerme del “pavo” y dejarle con la palabra en la boca. En la pantalla del semáforo iban cayendo los segundos hacia atrás. Cuando apenas quedaban cinco para que el verde se tornase en ámbar, tras un “hasta la vista” hostil, quise emprender una carrerilla para cruzar aquéllos 20 metros que me separaban del “otro lado”, pero mis piernas no respondieron. Un traspiés, un resbalón por la calzada helada y me fui de bruces contra el asfalto.
Pude oír, mientras aterrizaba con la cara en el gélido asfalto, un alarido generalizado de los peatones que como yo ansiaban llegar al otro lado de la calzada. ¿Se encuentra Vd. bien? ¿Necesita una ambulancia? ¿Quiere que avisemos a algún familiar?... Una sarta de letanías baratas tuve que oír hasta que pude recuperar la vertical. Una amable señora me ofreció un pañuelo bordado con un penetrante olor a Chanel 5.
Su cara delataba mi labio y mi nariz reventados por la caída. Sin pensármelo dos veces puse el pañuelo inmaculado sobre mi sangrienta cara. Pronto se cortó la hemorragia. Le pedí la dirección a la amable señora para enviarle el pañuelo tras un buen lavado y su correspondiente plancha.
Días más tarde envié a la amable señoritinga su pañuelo inmaculado junto con una orquídea de medio pelo que compré en un CHINO. En el dorso de la tarjeta, un texto lo más aséptico y agradecido que encontré: gracias por su gesto samaritano para con un mayor apurado. Gracias.
Aunque tengo por costumbre no contestar llamadas telefónicas cuyo número no tengo identificado, y pensando que se trataba de un pedido de libros pendiente, rompí mi regla telefónica y me apuré a contestar aquella llamada de las 5 de tarde: ¿Si? Dígame.
Una sugerente voz femenina preguntaba si yo era Don Ramón Tabarrón. Aunque me pareció extraño que Feliciano Buendía, dueño de la librería, hubiese contratado una dependienta (que falta le hacía, todo hay que decirlo), bien creí que se trataba de una cosa así. Sí, si, soy Ramón, ¿ya tiene mi pedido listo para recoger?
Creo que hay un malentendido Don Ramón, soy Arselina Lozano, la que le ofreció el pañuelo la pasada semana. Quería darle las gracias por el detalle de la orquídea e interesarme por su estado. Me preguntaba si aceptaría tomar un café en la chocolatería los sauces de la Gran Vía.
Enmudecí, no sabía que contestar, no pude reaccionar. Antes de poder pensar con claridad, le contesté afirmativamente: de acuerdo Doña Arselina, espero que no sea ninguna molestia para usted. Quedamos para el día siguiente a las 18 horas.
Mi extrema puntualidad me llevó a la chocolatería unos 10 minutos antes de la cita. Me senté en una mesa frente a la puerta. Apenas recordaba el semblante de Doña Arselina Lozano cuestión que me provocaba cierto estado de irritabilidad.
Los diez minutos siguientes me parecieron una eternidad. Cada vez que una mujer accedía al local, me daba un vuelco el corazón. Yo esperaba a una mujer de cierta edad, dadivosa, caritativa, cristiana, bondadosa, de un aspecto bonachón envuelta en un largo abrigo de visón y con el pelo teñido de rubio.
Disculpe Vd. Don Ramón, pero el tráfico está imposible. Sin duda era Doña Arselina el apestoso y penetrante Chanel 5 la delataba. Sin embargo, de no ser por el Chanel, nunca hubiera creído que aquélla bellísima mujer de unos 35 años, pelo negro, embutida en aquéllos vaqueros “desigual”, con una chupa de cuero rojo y unas botas camperas de piel de cocodrilo, pudiese llamarse Arselina Lozano.
Solemne, me puse en pie para ofrecerle la silla tras saludarla con un indiferente buenas tardes, y, sin pensarlo me colocó un beso en cada lado de la mejilla que sin saber porqué me ruboricé profundamente.
Se sentó y pedimos unas tazas de chocolate. Mientras me miraba pasó su mano por mis labios y nariz. Sonrió. Vaya ostia te pegaste el otro día Ramón, aunque la ostia me la llevé yo cuando recibí tu orquídea. ¿Cómo pudiste saber que era mi flor preferida? Sin apenas dejarme contestar que las rosas me habían parecido muy atrevidas para la ocasión, acercó su silla a la mía y me robo un interminable beso de tornillo con sabor a chocolate y a carmín.
miércoles, 2 de marzo de 2011
La puerta de mi casa

Sinceramente, no sé el motivo pero nunca he sido capaz de cerrar la puerta de mi casa con l mano izquierda. Ni tan siquiera soy capaz de introducir la llave en el bombillo de la cerradura.
A primera vista se podría pensar que soy un inútil de mierda y que mi mano izquierda solo sirve para satisfacer las peores deyecciones personales. Nada más lejos de la realidad. Soy zurdo vocacional.
De vez en cuando me sacaba al encerado para ridiculizarme delante de toda la clase. López, no escriba con la izquierda ¿no le han enseñado en su casa a corregir ese defecto? Diana me despreciaba como alumno y como persona. Sin embargo yo no sabía otra forma de expresarle mi adoración y mi amor, que brindándole cada una de mis masturbaciones, cada uno de mis espermatozoides. Sentía que era el regalo más íntimo y más personal que le podía hacer. Siempre vi a Diana como una diosa inalcanzable.
lunes, 7 de junio de 2010
El octavo día del mes de junio del año 2010

Nadie hubiera podido imaginar…
"Nadie hubiera creído a principios del siglo XXI que la actividad sindical estaba siendo observada desde los finitos centros de trabajo de la tierra.
Nadie habría podido soñar que estábamos siendo estudiados como se examinan bajo un microscopio los organismos en una gota de agua. Pocos hombres admitían, incluso, la posibilidad de que los trabajadores aún creyesen en la existencia de los sindicatos y mucho menos de los sindicalistas-liberados. Sin embargo, a través del ojo que todo lo ve, mentes infinitamente superiores a las nuestras, dirigían su codiciosa mirada hasta las sedes de los sindicatos.
Corría el año 2010, a principios del mes de junio, en una diminuta ciudad del Reino de España, en la vieja Europa, con infinita complacencia, los funcionarios iban de un lado a otro por la ciudad ocupándose de sus pequeños asuntos, seguros de su dominio sobre la materia. Tal vez los microbios que vemos al microscopio hacen lo mismo. Nadie pensó que los hombres más antiguos de la ciudad pudieran ser fuente de peligro para la humanidad. Sólo pensamos en ellos para desechar la idea de que pudieran albergar esperanza de vida alguna después de una vida dedicada al trabajo, cobrando las pensiones.
Es extraño recordar los hábitos mentales de aquellos días. Cuando mucho, los funcionarios se imaginaban que los Gobiernos Central y Autonómico les harían alcanzar el cielo de las retribuciones y del bienestar social supremo, dispuestos exclusivamente a recibir emisarios gubernamentales portadores de buenas noticias relacionadas con las jubilaciones anticipadas, mejoras salariales, reducción de jornada, etc., en la ensoñación de todas estas cosas se debían a la buena voluntad de los Gobiernos y al reconocimiento del buen hacer individual.
Pero a través de las enormes distancias terrenales, unas mentes que son a las nuestras como las nuestras a las de las bestias, unos intelectos vastos, fríos y crueles: los GOBIERNOS, desprestigiaban a los SINDICATOS a través de mensajes subliminales, con armas neurológicas. Lenta pero inexorablemente, fraguaron planes de destrucción masiva contra los SINDICATOS.
La confusión se apoderó de la población, incluso dentro de los SINDICATOS se interiorizaban los mensajes Gubernamentales. En tales circunstancias, a principios del mes junio del año 2010 se produjo la gran revelación: un liberado sindical, funcionario, en plena convocatoria de huelga general, decide irse de vacaciones al continente africano, en busca del agua de la vida eterna sin importarle un pimiento las consecuencias que su decisión iba a desencadenar.
Un ejército hostil de funcionarios cuyos cerebros habían sido reducidos por las armas de destrucción masiva Gubernamentales invade las sedes de los sindicatos de la pequeña ciudad Europea en naves extrañas dotadas de armas con tecnología secreta arrojando insultos, amenazas, medias verdades, mentiras, descrédito y escupitajos verdes de destrucción total a los pocos sindicalistas que habían sobrevivido a los ataques del Gobierno.
Los que sobrevivieron a las primeras andanadas del ejército de funcionarios encolerizados, tuvieron que huir a desiertos remotos y montañas lejanas donde sufrieron escarnio, incomprensión y hambruna.
Mientras tanto el liberado sindical, asalariado por el Gobierno, campaba a sus anchas por el continente africano buscando el agua de la eterna juventud. A través del la TV satélite podía observar como la huelga convocada para el día 8 de ese mes de junio de año 2010, era tomada por el ejército encolerizado de funcionarios que no podían entender la existencia de los sindicatos y de los sindicalistas, que llevan a la huelga a los trabajadores mientras ellos se partían el culo de la risa viendo a los Connochaetes taurinus, mamífero herbívoro de cabeza maciza con cuernos curvados hacia adentro, patas delgadas y cola larga y peluda. Largas barbas colgando bajo la garganta y el cuello. Sobre los hombros, una crin negra. “descojonarse” hasta morir en su intento de encontrar el agua “de la eterna juventud” en el Masai Mara.
Cuando ya todo estaba perdido, un estruendo aterrador precedido de una luz cegadora, acaparó la atención de todos los habitantes de la pequeña ciudad Europea. Tras el estruendo y la cegadora luz, en el firmamento, una gran pantalla de neutrones de sodio entrelazado con isótopos de iodo, anuncia que el Gobierno Central decretará una reforma laboral sin precedentes, dejando a la clase trabajadora abandonada al capricho de los empresarios. El cielo se oscureció. El silencio invadió la ciudad. Tras unas horas de incertidumbre, el viejo herrero de la calle del pez chocho, golpeó con energía el yunque a la vez que gritaba: “rescatad de los desiertos remotos y las montañas lejanas a los SINDICALISTAS desterrados. Ellos nos dirán que hemos de hacer”.
Días después una gran huelga multitudinaria como nunca se había visto, devolvió a los trabajadores los derechos adquiridos por los procesos de negociación colectiva con los SINDICATOS.
Los SINDICATOS, recuperaron la credibilidad.
Los FUNCIONARIOS hostiles fueron reducidos hasta que recobraron la cordura.
El liberado sindical de vacaciones en África, lejos de encontrar el agua de la eterna juventud, fue devorado por una hiena manchada (Crocuta crocuta), que fue hallada muerta tras la ingesta del SINDICALISTA esquirol.
Cospedal tuvo que retirar las declaraciones: “Si los sindicatos no os representan, que nadie se angustie, que por ellos, lo hará el PP”