domingo, 12 de febrero de 2023

 

 LAS COSAS HA CAMBIADO Y MUCHO

Definitivamente el mundo y las cosas han cambiado. Han cambiado las costumbres, los modales, la educación. Han cambiado las expectativas y los roles. Ha cambiado todo, de tal manera lo ha hecho, que cada generación se ha distanciado tanto de la anterior, que cada poco tenemos que ir explicando y mostrando fotos de lo que fue.

En general, los cambios han sido generosos y nos han mostrado una vida emergente más cómoda y complaciente, a la vez que complicada y despiadada. Mas individualista y sin valores, pero con más conocimientos y menos fronteras.

Los más jóvenes pueden creer que aquello que les rodea, siempre fue así. Que las costumbres de hoy, los derechos y las leyes están ahí desde siempre. Sin embargo, una mirada atrás en una o dos generaciones (sus padres y sus abuelos) y enseguida se darán cuenta que nada era igual.

No siempre nos limpiamos los mocos con un trozo de papel. Aún conservo un puñado de pañuelos blancos de hilo, bordados a mano con la inicial de mi nombre. Pañuelos que mi madre me regalaba por los cumpleaños… Todos los niños llevábamos al colegio y al instituto un pañuelo, que a veces pasaba semanas en nuestro bolsillo sin usar…

En apenas unos años empezamos a usar los pañuelos de papel. Una marca de pañuelos devoró al producto. Clínex. Desde entonces hasta la actualidad, se sigue hablando de una marca para referirse a un producto. Pasaba igual con el Danone para referirse al yogourt, o con la casera para referirse a la gaseosa… y así con cientos de marcas para definir productos.

 Algunos habríamos deseado tener Clínex a los 12 años cuando cursábamos primero de bachillerato, cuando decíamos a los profesores de usted con mucho respeto, a veces inmerecido.

Recuerdo al profesor de religión, don Vicente. Iba al instituto con sotana y alza cuellos. Menudo déspota sin escrúpulos, discípulo de Torquemada.

Todas las aulas tenían una tarima, donde la mesa y la silla del profesor, cobraban más respeto si cabe. El cura, don Vicente, al llegar a clase se sentaba en la silla, se recostaba y ponía sus pies sobre la mesa, con las piernas cruzadas. Señalaba a cualquiera de la clase y sin mediar palabra, había que levantarse, sacar el pañuelo del bolsillo y limpiar el polvo de sus zapatos. ¿Conocíais humillación peor? Esto en un instituto público. Si no llevabas pañuelo o te negabas a usarlo, llamaban a tu padre (no a tu madre como ahora), y te caía la del pulpo.

El poder factico de la iglesia sigue ahí, intacto, a la espera, acechándonos y cada vez que se les presenta la ocasión, zás…

No dejemos que tanta infamia nos consuma.

 

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