sábado, 8 de abril de 2023

 FLECHAZO TARDÍO. CAPÍTULO II

 


Nuestras vidas y nuestras costumbres cotidianas comenzaron a cambiar sin apenas darnos cuenta. Nos mandábamos WhatsApp, tras estos, nos llamábamos por teléfono a cualquier hora y en cualquier momento, cuestión que nos ponía a disposición del otro, cambiando paulatinamente nuestros ritmos vitales.

La necesidad de vernos por primera vez en persona, era cada vez mayor. Nuestras vidas nos tenían anclados a unos 500 kilómetros de distancia, lo que dificultaba sobre manera, “el amor presencial”.

El tiempo nos había llevado en volandas en un viaje sin retorno, lleno de aventuras orales y escritas en el conocimiento del otro. De pronto nos encontramos frente a frente. Tras un par de tímidos besos en la mejilla, nos envolvimos en un abrazo y en un eterno e inolvidable, beso de enamorados.

El sabor y la textura de ese beso no me resultaba nuevo. Estaba completamente seguro de haberlo saboreado antes, en otras vidas, con ella. Siempre he tenido esa sensación de haber vivido una historia de amor interrumpida con esta mujer, y, después de años de búsqueda, la había vuelto a encontrar. Y ahí estábamos besándonos como si el tiempo transcurrido en vidas anteriores hubiera sido un segundo.

Mejoras en persona, le dije. Ella sonrió. Estaba un poco nerviosa dado que yo había ido a buscarla a la dirección de su trabajo. Las cámaras de seguridad, siempre son molestas. Me cogió de la mano mientras llenábamos el espacio que nos separaba de un despacho sin cámaras, con palabras que ninguno de los dos oíamos. Allí nos fundimos de nuevo en un abrazo y más besos, con la seguridad de que eran continuación de nuestro amor en otras vidas.

No fuimos a comer a un restaurante cercano. Aparcamos el coche en una calle poco transitada, justo al lado de un álamo. Allí la pasión nos puso a prueba. Mas besos y abrazos mientras las manos se deslizaban por las curvas de la imponente mujer que tenía frente a mí. Ella, sin quererlo, observaba que no se acercase nadie. Yo, sin quererlo, viajaba de nube en nube sin recordar donde estaba, mientras mis manos recorrían el camino de la dulce ambrosía, que su ser nos brindaba.

Un coche cercano, nos devolvió a la realidad. Un leve acicalamiento y entramos al restaurante. Pedimos la misma comida, comimos poco, la charla y sus ojos no me permitían más que volar a su alrededor. Su mirada y su sonrisa, revelaban claramente su amor por mí.

Del restaurante al coche cogidos de la mano como dos adolescentes. Nos fuimos a una localidad cercana donde ella vive. Entramos a un café. Mis deseos y los suyos, eran los mismos. No había necesidad de palabras, solo miradas, besos y mucho amor.

Enseguida nos dieron las 5 de la tarde. Ella tenía que volver al trabajo. Volvimos. Nos fuimos directamente al despacho sin cámaras. Ninguno de los dos somos expertos en despedidas, ni nos gustan. Hablaron entonces nuestras manos nuestros ojos y nuestros cuerpos.

Nuestras miradas se quedaron congeladas un instante, mientras mis pasos comenzaron a alejarse de aquel lugar, añorando ya un nuevo encuentro, con nuestros corazones unidos por la distancia, el deseo y el amor.

 

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