martes, 8 de diciembre de 2009

El chocolate nestlé


 CHOCOLATE NESTLÉ

Decía Luis Bassat, publicista, en un texto recogido en El libro Rojo de la Publicidad, publicado en 2001, que “La publicidad es el arte de convencer consumidores”, es el puente entre el producto/servicio y el consumidor. Por ello, la publicidad que más gusta es la que más vende.
Creí que la fidelidad y la lealtad era algo que solo afectaba a las personas y a sus relaciones. Con los años he aprendido que podemos ser más leales a los productos y a las cosas que a las personas.
En mi familia siempre hubo cierta afición a la música. Quizás sería más apropiado decir que mi madre tenía cierta afición a que sus hijos estudiasen música, eso sí, como un algo complementario a otras formaciones de más provecho. Un clásico de la época.
Una de mis hermanas asistía a clases de piano en el conservatorio de la ciudad donde vivíamos. Corrían los años 60. Era una chica guapísima y tenía una estatura poco corriente para ser producto directo de la generación de la “leche en polvo”. Con su metro ochenta y pico, el pelo negro y aquel porte, parecía pertenecer a otras generaciones de tiempos futuros.
Cada tarde, los lunes, miércoles y viernes, mi hermana acudía a sus clases de piano. Pronto mi madre descubrió que a pesar de la corta edad de mi hermana (16 años), su porte y su estatura le daban toda la apariencia de una chica mayor de edad. Ni que decir tiene, que todos los “moscones” del conservatorio no dudaban en tirarle los tejos a mi elegante hermanita.
Mi madre puso mucho empeño en matricularme también a mí en el conservatorio. Ella quería que yo fuese a clases de violín. Ya veía en sus hijos un perfecto dúo de cuerda, dando conciertos por el mundo entero y gozando de fama sin par. De todos modos, no lograba convencerme y a pesar de mis nueve años yo ofrecía resistencia y amenazaba con no asistir a clase. Creo que la fama y el dinero no eran suficientes alicientes para mí.
No fueron el poder ni la gloria los que finalmente me convencieron para cursar los estudios de violín, ni las peroratas exhaustivas e infatigables que mi madre me espetaba sobre la música y sobre el futuro. Lo que me dejó sin habla, lo que verdaderamente me cautivó fue una oferta que mi madre me hizo y que en modo alguno pude rechazar. Una tableta de chocolate Nestlé para mí solo a cambio de asistir a las clases de violín.
Recuerdo su sabor, el sabor amargo de las clases de solfeo y violín, y el dulce sabor del chocolate con leche Nestlé extrafino. Saboree en solitario hasta el último trozo de aquélla tableta de chocolate de camino a casa y de la mano de mi madre. Sabe dios cuánto esfuerzo representó para mi madre tanto dispendio. Eran años difíciles.
Entonces supe inconscientemente que siempre, siempre sería fiel a la marca. Quizás en ese momento sin saberlo, decidí dedicarme a la publicidad a través de la música y del chocolate. Hoy comparto con Luis Bassat que la publicidad es el arte de convencer consumidores”, sin embargo, tarea más difícil y ambiciosa es establecer lazos de fidelidad con el producto a través de los tiempos. Yo sigo siendo habitual consumidor de chocolate con leche Nestlé extrafino, aunque a veces le soy ligeramente infiel.
El conservatorio era un edificio lúgubre, helador en invierno, un horno en verano, viejo y destartalado. Las anchas escaleras de acceso a las aulas, apenas iluminadas con una bombilla de 25 W. producían formas fantasmagóricas que me ponían la piel de gallina, hasta tal punto que me resultaba imposible recorrerlas a solas sin oír el susurrar de los fantasmas del subconsciente.
Los profesores aún me daban más miedo que el edificio. Eran reales, de carne y hueso. Con los nudillos durísimos. No era su violencia o su agresividad lo que más me amedrentaba. Don José Luis, el de solfeo, era un hombre amargado. Jamás le vi sonreír. Cuando tocaba clase de canto y se ponía al piano para acompañarte, sencillamente acojonaba. A todos nos temblaba la voz. Era una tortura sicológica insufrible.
Los avisos a mi madre no sirvieron de mucho. Tuve que aguantar la tortura de Don José Luis, Doña Isaura, Doña Josefina y algunos más durante cuatro largos años.
Yo servía a mi madre como agente de información y control sobre los chicos que se acercaban a mi hermana, a la vez, que chantajeaba a mi hermana con informar a mi madre si no me compraba mi pastel preferido en la pastelería cercana al conservatorio. Después de muchos años descubrí que mi hermana me compraba los pastelelillos con el dinero que me birlaba de la hucha. Mi hermana a su vez descubrió que con pastel o sin él, yo siempre informaba a mi madre sobre los moscones que la pretendían.
Deje la música a los 12 años. A los 12 años, la música me abandonó a mí. A los 12 años dejé muchas cosas, yo mismo empecé a dejar de existir conscientemente.

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