lunes, 21 de diciembre de 2009

La familia



LA FAMILIA

Ese grupo de personas más o menos numeroso, nunca inferior a dos, que se adoran a la vez que se aborrecen, que se aman a la vez que se odian, que se idolatran a la vez que se detestan. Ese maravilloso grupo de personas unidas por la “sangre”, capaces de dar la vida el uno por el otro, todos por “el uno”, capaces de matar, de transgredir. Ese maravilloso grupo heterogéneo de personas unidas de forma casual, sin desearlo, sin posible elección previa, sin otra cosa que compartir excepto “la sangre”, a eso, algunos de mis amigos le llaman FAMILIA.
Casualmente yo también he tenido una. Hasta hace pocos años creí, que la mía, mi familia, era una familia normalita, del montón, con sus cositas y sus peculiaridades. Nada más alejado de la curda realidad.
Cierto es que todo en esta vida es relativo y uno siempre ES en la medida que la comparación te sitúe frente a otro semejante de su misma especie. También es cierto que la cultura, el tiempo y el lugar, definen aspectos del ser humano, en ocasiones, inenarrables e indescriptibles.
Recuerdo vagamente en un viaje turístico por Phnom Penh, capital de Camboya y el transcurrir maravilloso e incómodo del rio Mekong, que según he podido saber, nace en el Himalaya y desemboca en el Mar de China Meridional recorriendo 4.350 km, lo que lo convierte en el río más largo del sudeste de Asia.
En la segunda mitad de su trayecto sólo tiene que salvar un desnivel de 500 m. Sin embargo, en este segmento también se encuentran rápidos (en Camboya) y saltos o cascadas (en Laos) conocidos como Cascadas de Khone. Su caudal es superior al de cualquier otra catarata del mundo.
No podía dejar de pensar, mientras la barcaza atracaba en el destartalado puerto de Phnom Penh, de regreso de una ruta “turística” (Kompong Thom Siem Riep, Sway Sisophoan , Battambang , Pursat, Kompong Chinnan, Udon y Phnom Penh), en la que había sido presa fácil de los cientos de miles de mosquitos de especies diferentes, que, junto con una extraña alimentación autóctona, habían dejado mi frágil persona reducida a piles y huesos.
Pieles llenas de picaduras que se me antojaban como pequeños tumores tangentes dando a mi piel el aspecto de una mantelería de bodoques bordada a mano. No podía dejar de pensar en esa vida pasada llena de “comodidades” junto con eso que denominamos familia.
Imaginaba las suaves manos de mi madre aplicando por mi acribillada piel, cremas balsámicas, mientras me contaba viejas historias de su familia numerosa de 12 hermanos, situada en los años 30. Me contaba como tenían que apañárselas para conseguir comida, para calentarse, para vestirse. Viajaba por esas tribulaciones familiares olvidándome poco a poco de mi angustioso viaje de placer por el río Mekong, hasta casi dormirme con el arrullo de mis recuerdos.
La historia que mas me gustaba, sin duda alguna era la de mi abuela. Una historia con ciertas lagunas y claro oscuros que nunca mi madre supo aclararme en su totalidad y que me procuraban no pocos quebraderos de cabeza al no poder encajar todas las piezas de aquélla terrible y fantástica historia.
Mi abuela, “la morena”, mujer esbelta y guapísima procedía de una larga y tradicional familia, donde el honor, la lealtad y el compromiso solo podían sellarse con sangre.
En su juventud, se enamoró de mi abuelo que pronto la dejó embarazada, ¡el muy bribón!. El altar o la fuga eran las dos posibles alternativas de mi abuelo, que no me explico el motivo, pero prefirió optar por la fuga. No se fugó del todo, como nos pasa al común de los mortales, demostrando que era un romántico sentimental. Su escapada le llevó a la cuenca minera de Asturies donde se afincó hasta el final de sus días.
Mi abuelo, protagonizó en los meses siguientes a la fuga, algunos escarceos al domicilio familiar ya que era descendiente en primer grado de ferroviarios y disfrutaba del famoso kilométrico, un pase para viajar gratis en los trenes de la red nacional. Mi abuelo y la morena, procedían de pueblos cercanos del antiguo Reino de León.
Pronto fueron de dominio público los ires y venires del abuelo a su tierra natal. La morena dio a luz a una preciosa niña que resultaría ser mi madre. En los meses anteriores alumbramiento, ayudada por su hermanos, estuvo practicando tiro con arma corta frente a unos arbustos a las afueras del pueblo.
Uno de los hermanos de la morena, se hizo con una pistola y munición suficiente, con la que practicaban el tiro al blanco a las afueras del pueblo. La morena tenía una puntería prodigiosa y un especial sentido de la justicia a la vez que unos cojones del tres.
Corría el mes de junio de 1920. Mi madre ya tenía un mes de vida. Los hermanos de la morena, se enteraron que mi abuelo viajaba en el “vasco” desde Asturies con destino a su pueblo.
Mi abuela, la morena, tras desplazarse caminando varios kilómetros, se subió al vasco en una parada-apeadero en total soledad. Fue recorriendo los vagones del largo tren hasta encontrarse de frente con mi abuelo.
Esta es tu hija, le dijo, y quiero que la veas por primera y última vez. Esas o muy parecidas debieron ser las palabras pronunciadas por mi abuela antes de asestarle tres tiros en el pecho a bocajarro. ¡Qué güebos la morena!, ¡Que carácter!
Minutos más tarde, en la siguiente parada de tren, la morena fue detenida por la guardia civil a la vez que asistieron a mi abuelo de vida o muerte. Desangrándose.
Meses más tarde, mi abuela fue excarcelada, el abuelo “salvó” la vida de milagro. De lo que no se salvó fue de pasar por la vicaría y de tener otros once hijos más con la morena. Se amaron hasta el final. Mi familia cuenta que el abuelo jamás llevó la contraria a mi abuela. ¡el amor!...
Llegamos a Phnom Penh. Desperté de mis sueños. Un picor horriblemente doloroso recorría mi cuerpo. Me desmayé. Los dos últimos días de las felices vacaciones los pasé en el Calmette Hospital de Phnom Penh. Siempre recordaré a la familia como algo consustancial e indispensable para el ser humano, como algo necesario para sobrevivir. De no ser por mi familia quién sabe si mis días habrían terminado en Calmette Hospital.

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