En la penumbra de la historia, cuando los dioses aún caminaban entre los hombres, el gato ya estaba allí: centinela discreto, guardián de misterios, sombra que se fundía con la eternidad.
Nadie lo domesticó jamás; él decidió, con su infinita paciencia, compartir techo con los humanos. Y desde entonces su presencia es pacto, no sometimiento; compañía, no servidumbre.
Su inteligencia brilla como brasas ocultas bajo la ceniza: siempre alerta, siempre calculando, siempre midiendo el terreno antes de dar un paso. Un sabio vestido de pelaje.
El gato observa lo invisible. Su mirada atraviesa lo cotidiano y se detiene en aquello que los ojos humanos ignoran. Para él, todo rincón tiene un secreto, y cada silencio una melodía oculta.
En su andar ligero se percibe la herencia de siglos de cazadores: movimientos precisos, economizados, donde no existe error. El sigilo es su naturaleza, la exactitud su linaje.
Su independencia no es rechazo, sino dignidad. El gato ama sin cadenas, ofrece su afecto sin obligación, se entrega cuando la confianza florece, y cuando lo hace, es para siempre.
Hay en él un compromiso inquebrantable con quien lo cuida. Su fidelidad no se viste de gestos grandilocuentes, sino de presencias constantes: un roce sutil, un dormir a los pies, un silencio compartido.
El gato enseña que el amor verdadero no invade, no exige, no suplica: acompaña. Y en esa lección nos muestra la forma más pura de lealtad.
De noche, cuando todo duerme, el gato vela. Es guardián del umbral y protector de los sueños. Sus pasos casi invisibles ahuyentan sombras y preservan la calma.
Ancestral y sagrado, fue venerado como deidad en tierras que comprendieron su grandeza. Bastet en Egipto, símbolo de protección y fertilidad. Nunca dejó de serlo: aún hoy su aura resplandece.
En sus bigotes hay brújulas invisibles. En sus orejas, radares de otro mundo. En su cuerpo entero, un mapa secreto que le permite sobrevivir donde otros perecen.
El gato sabe esperar. Donde la impaciencia del hombre se quiebra, él permanece inmóvil, observando, aguardando la ocasión exacta para actuar. Es maestro de la paciencia.
También es maestro del descanso. Enseña que dormir no es pereza, sino un arte. En su quietud, el gato guarda energía para la danza súbita de la vida.
Sus ojos, dos lunas en miniatura, contienen la noche entera. Reflejan sabiduría antigua y un fulgor que nos recuerda que la vida es también misterio.
No se somete al ruido, ni al caos, ni al apremio. El gato conserva siempre un refugio interior donde nadie más entra. Su espíritu es inquebrantable.
Y, sin embargo, con un gesto mínimo, con un ronroneo suave, puede sanar heridas invisibles en el corazón humano. Los gatos son médicos silenciosos del alma.
Así, cada gato que cruza nuestro destino es un fragmento de eternidad. Un viajero de los mundos ocultos que decide honrarnos con su compañía. A ellos debemos gratitud, respeto y reverencia, pues en su existir se funden la astucia, la ternura y lo sagrado.
También podrás escucharlo en: https://youtu.be/-LtR13Nzxj4
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